Esto se debía a que la industria, la administración y la economía estatales no estaban preparadas en su totalidad para poder soportar el enorme costo de crear y mantener de forma continuada una marina de guerra de esas características. Sin embargo, con la expansión por el Atlántico y el Pacífico se vio necesaria la creación de una fuerza que pudiera garantizar la defensa de las extensas posesiones españolas en el mundo y de las rutas comerciales que las mantenían unidas, pues si bien existían escuadras de protección cerca de las costas para las naves procedentes de las Indias, estas no eran suficientes.
Felipe II: Crecimiento y consolidación
Sería durante el reinado de Felipe II cuando surgió una mayor preocupación por defender el Atlántico, por lo que la idea de poder contar con una marina oceánica permanente tomó la suficiente fuerza como para poder ponerla en práctica. Los principales catalizadores de la importancia del escenario Atlántico para la Corona fueron la rebelión de los Países Bajos en 1568 –que hizo peligrar seriamente las comunicaciones marítimas con estos territorios–, así como el aumento de la actividad corsaria por parte de los rebeldes y, posteriormente, de los ingleses. Además, a esto se unió la anexión de Portugal en 1580 con todas sus posesiones ultramarinas, por lo que a la Monarquía le convenía hacer sentir su poderío naval en las aguas del mar del Norte, lugar de donde surgía el peligro que los rebeldes holandeses representaban para sus intereses.
La amarga experiencia obtenida tras la Empresa de Inglaterra de 1588 sirvió como revulsivo para que Madrid se tomase en serio el fortalecimiento del poder marítimo en el Atlántico. Si ya desde la época de las expediciones a las Azores en 1582 y 1583 existía una flota oceánica– con la presencia de algunos buques de la Corona, aunque en su mayor parte compuesta por buques de propiedad privada–, a raíz del conflicto anglo-español la Armada del Mar Océano, así denominada a partir de 1594, no hizo sino aumentar en número de unidades y en tonelaje durante toda la década de 1590, llegando a alcanzar el poderío naval hispano en el Atlántico en 1597 máximos históricos, pues duplicaba el que pudieran poseer en aquel momento Inglaterra y Holanda.
Felipe III: Decaimiento y frustración
Sin embargo, con el cambio de reinado y la progresiva firma de las paces con Francia (1598) e Inglaterra (1604), así como de la Tregua de los Doce Años con los rebeldes holandeses (1609), el desvío subsiguiente de los intereses geoestratégicos hispanos del Atlántico al Mediterráneo para hacer frente a la amenaza turca y a la piratería berberisca una vez «pacificado» aquel teatro de operaciones, tuvo como consecuencia que la Armada del Mar Océano, y por ende la hegemonía naval española en el escenario oceánico, se vieran seriamente mermadas. A la postre esto se revelaría fatal para la resolución del enfrentamiento contra Holanda, pues, mientras la presencia naval hispana en el Atlántico se debilitaba en favor del escenario Mediterráneo, los holandeses no hicieron sino aumentar de forma considerable su marina de guerra y su flota mercante; en 1618 su poder naval relativo triplicaba al español, el cual no había hecho otra cosa que disminuir paulatinamente durante las dos primeras décadas del siglo XVII.
Durante la década de 1610, la Armada del Mar Océano, que ya se había visto reducida en número de naves y en presupuesto durante los años precedentes, siguió lamentando falta de atención. Si el presupuesto para los años 1609-1610 ya era reducido –350.000 ducados anuales–, en 1614 este se vio rebajado a 300 000 ducados, siendo botados pocos buques nuevos. Para 1616, el número total de naves de la Armada era inferior a la veintena, de las que solamente ocho eran galeones, pero esta situación comenzaría a cambiar a medida que el fin de la tregua con los holandeses se acercaba.
Felipe IV: Nuevo impulso, refuerzo y derrota
Entre 1617 y 1623 se llevó a cabo una progresiva reconstitución de la Armada del Mar Océano, atendiendo al viejo axioma de la importancia del poderío marítimo, que nunca dejó de estar presente en memoriales y cartas que se escribieron a lo largo de todo el reinado de Felipe III, así como durante las primeras décadas del de Felipe IV. Fundamentalmente, lo que se recomendaba, además de volver a aumentar el número de buques en servicio, era emplear la fuerza marítima de la Monarquía para hostigar al enemigo holandés en la misma fuente de su poder, es decir, «hacer la guerra defensiva por tierra y ofensiva y defensiva por mar», atacar a su flota mercante y a sus pesquerías –la pesca del arenque suponía una fuente importante de ingresos para Holanda–. Sin embargo, por mucho que se aumentasen las dotaciones económicas para la Armada del Mar Océano y las escuadras que la conformaban, tras la reactivación de la guerra con Holanda en el marco de la Guerra de los Treinta Años, el presupuesto rara vez superó el millón de ducados. Para la Monarquía, aún a sabiendas de que la baza marítima era vital para poder doblegar a Holanda, el principal escenario a tener en cuenta era el terrestre, dada la situación que se vivía en tierras del Imperio con la lucha contra los príncipes protestantes y el progresivo cariz continental que la contienda fue tomando con las sucesivas intervenciones danesa, sueca y francesa.
A pesar de lo expuesto en la líneas anteriores, no se debe caer en el error de pensar que durante el reinado de Felipe IV no hubo una preocupación por reforzar la marina de guerra, pues el mismo Olivares plasmó en sus escritos la necesidad de contar con una marina poderosa. Para España era vital mantener seguras las comunicaciones y rutas con sus posesiones, especialmente la conexión marítima con Flandes, pues esta ruta era mucho más rápida y, en no pocas ocasiones, más segura que la terrestre –el famoso Camino Español–, amén de menos embarazosa en cuanto a intendencia, alojamientos y demás aspectos. Por esta razón, en la segunda mitad de la década de 1630 se llevó a cabo un ambiciosísimo programa de construcción naval y reforzamiento de la Armada del Mar Océano. La necesidad de este se vería espoleada con la entrada de Francia en la contienda en 1635 y la amenaza que esto suponía para las distintas plazas fuertes que formaban el Camino Español, la cual se materializaría con la toma en 1638 por parte de las fuerzas protestantes de la estratégica ciudad de Breisach, eslabón vital de dicha ruta, cortando de facto la posibilidad de enviar debidamente refuerzos por tierra a Flandes desde Italia. De esta forma la vía marítima pasaba a ser la mejor herramienta para sostener el esfuerzo bélico en Flandes, así como para acosar a los holandeses en sus propias costas, como llevaba haciendo durante años la temida escuadra de Dunquerque al servicio de la Monarquía.
Sin embargo, todos los esfuerzos llevados a cabo para reafirmar la presencia naval española en aguas del mar del Norte acabaron fracasando. La derrota sufrida por la armada de don Antonio de Oquendo en la batalla de Las Dunas (1639) supondría la pérdida definitiva para España de su hegemonía naval, confirmándose de facto la nueva y formidable potencia naval europea que era Holanda. Para reforzar aún más si cabe la importancia de esta realidad, se puede afirmar que en esta jornada naval España hizo uso de sus últimas energías.
Conclusiones
A la larga, acabó siendo evidente que no haber conseguido mantener una fuerte presencia naval en el Atlántico –especialmente en el mar del Norte– fue decisivo para el fracaso de los intentos españoles de dominar a los rebeldes holandeses. La importancia que se le dio al aspecto terrestre del conflicto, aunque justificada, no podía obviar que con los cambios en los aspectos organizativos, técnicos y metodológicos del ámbito militar, era casi imposible alcanzar una rápida victoria terrestre contra una talasocracia como la holandesa si se descuidaba lo relacionado con el mantenimiento de un poder naval eficaz que pudiera terminar de dar contundencia, validez y sentido práctico a los éxitos cosechados en el continente.
Bibliografía
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Documentación de Archivo
- Informe dado en Madrid sobre aumento de la marina de guerra, medios para ello y su distribución en los mares, Madrid, 18 de septiembre de 1622, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 45.
- Id. Proyecto para fomento del comercio y Armada marítima, 1617, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, vol. 8, nº 41.
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